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Sor Verónica Lagasca -Cap XII

A veces sin necesidad de que la hablasen, conocía lo que pasaba por dentro, cuenta una de sus discípulas del jovenado que estando con una preocupación de la que no podía haber tenido noticia, la Madre le puso el dedo en la frente y la dijo: “Eso hay que quitarlo de ahí” y a esa misma monja la avisó en otra ocasión de una infidelidad que había cometido estando en el mundo, en la que no había caído en la cuenta hasta entonces ni casi recordaba pero reconoció ser verdad.

Otro caso en que parece tuvo luz sobrenatural, se lo oí contar con sencillez, y sin dar importancia fue que al ingreso de una de nuestras monjas, dándole el abrazo de llegada se dio cuenta de la afinidad de su alma con la que entraba y efectivamente así es como lo confiesa la interesada, por supuesto sin ninguna razón natural, ni noticia de poderlo conocer.

También parece tuvo moción de Dios en otro caso de una monja que sufría mucho al verse miserable y defectuosa, tenía la tentación de pensar que Dios no podía amarla y pensó: si al encontrarme con la Madre, ésta me dijese alguna palabra afectuosa, se me quitaría esta idea. Poco después andando por la casa la encontró, se le acercó muy cariñosa, contra su costumbre y la dijo: Hace tiempo que no estoy con V.C.(Vuestra caridad así se trataban una con otra) a ver si encontramos un ratito para hablar. Con esto y con la visita que la hizo, se la quitó la tribulación.

Otra vez fue una joven, que estaba preocupada con un asunto que no sabía resolver y estando en ello entró la Madre maestra, la habló de ese asunto precisamente y le explicó el modo de portarse. Esto sin que la monja hubiera dicho nada, ni fuese posible que lo supiese. Decía que por mortificarse no le  preguntó y que después, por el mismo motivo, tampoco la dijo que la había venido bien su consejo.

Naturalmente se le confiaban los más íntimos secretos y eran muy acertados sus consejos. En cosas de conciencia, sin embargo, no quería bastasen las soluciones que daba y mandaba decirlo cuando pudiesen al director, (o confesor) que siempre recomendaba tuviesen todas o por lo menos algún Padre que las conociese bien, no cualquiera, porque podía darse el caso de necesitarle y sin que nos conozcan es difícil acertar.   Pero tanto el P. Mariano Capuchino como otros Padres, aseguraban que podían sin temor acudir a ella y seguir sus consejos en cualquier género de apuro.

En las explicaciones que daba, era de los más original y amena, ponía ejemplos caseros, muy curiosos para dar a entender su idea. Por ejemplo, hablando del desprendimiento lo comparaba al trabajo de desplumar a una gallina, que lo más fácil, pero quedan siempre unos cañones tan metidos, que hace falta Dios y ayuda para sacarlos, pero que si no se quitan, es como no haber hecho nada, y que no vale cortar, hay que tirar con fuerza, para arrancar de raíz lo que sea.

Casi todas las monjas pasaron por sus manos, y asegurar las había hecho mucho bien, aunque algunas, tuvieron sus dificultades, por su distinto modo de ser.

No se andaba con ambages para decir las verdades convenientes, ni tenía contemplaciones cuando alguna la hablaba de internos sufrimientos, antes solía decir: “me alegro, me alegro”, porque veía en ello una señal de avance en la vida espiritual, así en ocasión de estar una en noche oscura bien cerrada, al cruzarse con ella por casa le dijo: “De esta me vuelvo loca, si no lo estoy ya”  y por toda respuesta sin casi pararse la contestó: “pues si Dios la quiere loca, loca”. A pesar de estas contestaciones tan bruscas hacía bien. Cuenta una que estando de relojera quiso aprovecharse de ir a despertarla para contarle sus escrúpulos, y al oirla decir “hoy si que no puedo comulgar” la contestó medio dormida: “hoy comulga V.C. dos veces” ya comprendía lo que quería decir, que tenía doble motivo para comulgar.

Sor Caridad

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