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Sor Verónica Lagasca -Cap XI

El viaje lleno de peripecias lo hicieron juntas con otro grupo de monjas de Capuchinas de Toledo. Estas se dirigieron desde luego a Bilbao puesto que era fundación suya. Viajó también con ellas un sacerdote conocido D. Eusebio Malo y contaba la M. Verónica, que en la baranda del barco, mirando al mar, hizo una confesión general de toda su vida. En San Sebastián se les perdió una monja, pero decía la Madre, que como era una vieja, no se preocupó mucho, fectivamente, se buscó albergue de caridad en una casa y al día siguiente, se encontraron en los PP. Capuchinos.

Ya tranquilas y contentas en la clausura de Bilbao, cayó con pulmonía la M.Verónica y por su enfermedad del corazón temimos perderla, pero gracias a Dios y a la caridad de nuestras hermanas de Bilbao salió adelante. En Bilbao permaneció este buen grupo de la Comunidad hasta la toma de Madrid. Una vez enteradas de la noticia a pesar de que era dificilísimo el viaje, por la escasez de trenes hasta Madrid, salieron la madre y M. Vicaria, ya el P. Mariano había tomado posesión de nuestro convento y dicho la Misa en un altar provisional, ante la Abadesita que encontraron en un sótano, con algunas otras imágenes. Nos cedieron sólo, como gran favor, la casa de los Capellanes ocupado el uno de los pisos todavía por uno de ellos y parte de la portería, el convento estaba ocupado, para cárcel. La iglesia aunque era lo mismo, tiempo utilizada por los presos los domingos, también la dejaron libre, toda en espantoso estado, por haber sido cuadra y garaje de los rojos. La M. Vicaria ayudada de los presos y cuando podía la Madre se encargaron de limpiarla. Aunque el sitio era pequeño, no dudó la Madre de traerse 
todas las monjas, las de Madrid por supuesto y las que estaban fuera. De aquellos primeros días en Madrid, rozándose con presos y con moros, que hacían la guardia de la cárcel y con los otros funcionarios, no faltan anécdotas, como aquella de que la Madre, empezó a sentir grandes picores (era corta de vista) y sin sospechar otra cosa, su prima la de la calle Segovia, que también entonces las ayudaba, la decía: “María, lo que tú tienes es falta de vitaminas, necesitas cuidarte”. Más comprensiva la M. Vicaria, la examinó su ropa interior y constató que los picores no tenían nada de extraño, porque la “mala gente” como diría Santa Teresa, se había adueñado de sus túnicas.

Mucho tuvieron que pasar en aquellos primeros días que estuvieron solas viviendo mezcladas con los soldados moros, que las robaban las limosnas y víveres que les traían los vecinos y amigos, pero pronto fuimos viviendo y nos instalamos más independientes aunque muy estrechas, pero contentas de vernos de nuevo cerca de nuestra clausura.

Como estaban los víveres tan escasos y nosotras muy pobres, se iba la Madre con otra hermana, a la Corredera, a pedir limosna de puesto en puesto y quien le daba un tomate, quién una fruta, o unas pocas patatas, volviendo tan felices cargadas, para poder así atender mejor a las monjas. Era grande la pobreza que se practicó entonces, teníamos una sola gallina y la enfermera esperaba todos los días a que pusiese, para socorrer a una anciana enferma muy necesitada porque había estado en Madrid hasta última hora. Pero estábamos encantadas de todo eso, aunque para la Madre, no dejaba de ser sufrimiento no poder socorrer mejor, 
pero la Divina Providencia, no nos faltó en medio de aquella escasez general.

El mismo año de la liberación de Madrid 1939, cumplido su trienio de Abadesa, coronada de méritos por lo laborioso y lleno de sacrificio de su trabajo, se tuvo la elección. Con ser tanta su abnegación y virtud y ciertamente su acierto, en cuanto atender a la comunidad en tan difíciles circunstancias, tampoco fue del gusto de todas en esta segunda etapa de su gobierno, y ya en adelante solo tuvo cargo de Maestra, 

Consejera y M. Vicaria.

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