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Primera Fundación de Clarisas Capuchinas en México 23

Es interesante descubrir en los escritos de estas hermanas, su sensibilidad y humanidad, ante un mundo nuevo para ellas, ya nos seguirán narrando cada una su peripecia desde su distinta sensibilidad. Sin embargo hay un sentimiento en común: el recuerdo vivo del convento y entorno que han dejado, el amor a su comunidad Toledana, el estar convencidas de que todo responde a una misión que tienen que realizar, y la obediencia absoluta a la voluntad divina.

En ese mes de Junio, fueron días muy intensos para las próximas navegantes. El general de la flota, José Centeno Ordóñez, las visita con frecuencia; el capitán Agustín de Ossa, dueño del navío, también las visita repetidamente en el convento, así como muchas señoras. De igual modo, los padres Capuchinos y, todos los días, el capitán Antonio Izquierdo de Quirós, atento siempre a las madres fundadoras y a todas las disposiciones para su próxima embarcación. La madre María Felipa. Ocupada en varios menesteres, no puede escribir por lo que delega a sor Teresa María:

…ésta me manda escribir nuestra madre. Porque la traen tan ocupada que le dan muy poco lugar. Y yo me alegro que su reverencia me de este consuelo que, aunque no lo necesito para tener memoria, vuestra reverencia, que la tengo muy en mi corazón con el conocimiento que debo a la caridad que yo siempre recibía y, ahora, estimo en mucho la que vuestra reverencia nos hace con sus cartas, aunque nos causa harta ternura. Dios se sirva con todo, que bien hay que ofrecerle. Y hubiera que escribir, vuestra reverencia, sin encarecer nada , pero las cosas de las capuchinas mejor es dejarlas que las escriba el que las envía, que las pondrá de mejor nota que yo. Que le aseguro a vuestra reverencia que, cuando no fuera más de lo que hubo que ofrecer a Dios en la partida de nuestro padre y quedarse en una tierra a donde no se conoce a nadie, que se pasa harto encogimiento. Que no tenemos otro gusto sino el rato que nos dejan a  solas en un aposento que nos han dado con grande compañía de ratones, del tamaño de chispitas, pero son tan devotos que una noche haciendo la disciplina iban cayendo encima de nosotras con el ruido. Tenemos de socorro una negra que nos ha tomado devoción y nos trae algunos panecillos en el enfaldo. Y damos muchas gracias a Dios porque en el palacio que es la celda de la abadesa es menester comer como delante del rey: con tiento. Y lo que hay muy fuera de nuestro propósito, que verdaderamente es cosa de milagro el tener salud, y por acá es costumbre no beber a la comida hasta que se van a acostar, que es a las once. Llévannos a las vistas, que está la mar muy cerca. Algo atemoriza el verla, pero Dios nos ha de ayudar pues nos sacó de nuestro santo convento para hacer su voluntad. Dicen hay dos mil y cincuenta leguas de agua y después, por  tierra, ciento y veinte; pero yo siempre me iré acercando más a mis queridas madres y hermanas que sólo por Dios pudo hacer este apartamiento…”. 

Sor Marta Leticia

 

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