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Autobiografía de la M. María Ángeles de Cádiz VI

Lo peor fue las amistades que ahora entiendo no me convenían y no sé si las monjas notaron que yo no tenía malicia y quisieron separarme, o fue cosa de Dios, el caso es, que por un castigo muy extraordinario, me pusieron con las mayores en el estudio y recreo y solo en clase que no podía hablar las veía, de no haberme apartado creo que me hubieran perjudicado mucho, porque ellas tenían más conocimiento de cosas malas y de mundo, ni sé cómo podían entenderse conmigo que nada sabía de eso, pero sé que les mentí para disimular lo que no conocía ni había hecho.

Por entonces murió mi padre a quien yo quería mucho y creo que él también a mí, aunque mi madre, ni eso quería reconocer. En cambio de aquellas amigas me ofrecieron otras que, en nada me ilusionaban porque eran chicas buenas y formadas, pero luego las estimé mucho.

Ahora empiezan los disparates más gordos, me dio por querer a chicos y jóvenes, en el colegio mismo andaba buscando ocasión de ver y hablar a un criadito que me gustaba, también en clase de inglés se me hacía tan interesante al profesor, que no sé si fui causa de que pusieran mujeres…, un alemán que venía a arreglar el armónium también me gustó, y en mi simpleza solo hacía aspavientos y tonterías por verlos y que me viesen (esto de 14 o 15 años) por entonces empecé, a querer a otro chico por quien llegué a apasionarme locamente, aunque nunca le hablé, era guapísimo y me duró esta tontería hasta que tuve vocación; fue cosa 
providencial tengo que contarle más de ello, pero no ahora.

Estando en este plan, tuve crisis grandes de sufrimiento por ver lo vigilada que estaba y que no me quería nadie, ni yo a los que vivían a mi alrededor y creo una vez más hasta estuve tentada de irme de casa, más que nada por huir de mi madre que no la podía aguantar.

Aumentaba el malestar interno las circunstancias humillantes en que nos quedamos después de la muerte de mi padre, que a más de lo que ganaba por su carrera, dejó otros negocios que tenía, en punto tan crítico, que fue la ruina, y como mi madre tenía fama de derrochadora, creo que hasta forzaron la nota las personas de la familia en cuanto a ponernos un plan, que resultaba vergonzoso a nuestros amor propio y estábamos de mal humor, anunciaron almoneda en los periódico de las cosas de casa y pusieron letreros con precios en muebles, cuadros, etc. y nos trasladamos a una casa o piso muy pobre, luego con lo que nos fueron ayudando y mejores consejos se arregló algo exteriormente el plan, pero tuvimos que pasar muchos apuros de dinero y estuvimos sin criada y queriendo disimularlo, a veces, como al cabo éramos andaluces, nos reímos de estos mismos  apuros y engaños. Así estuvimos hasta que mi hermano mayor acabó la carrera y nos fue mejorando.

Con las ocasiones de humillación, mi venganza era siempre el odio y así lo cogí a varias personas y aun a mi madre, se aumentó por parecerme mal algunas cosas, aunque la pobre, tuvo mucho que merecer e hizo por nosotros todo lo que pudo, y consiguió mucho. Una monja del colegio, me hizo alguna alusión al agradecimiento que debía y fue a una de las que aborrecí.  (Las monjas le perdonaron la pensión, con tal que no me quitaran del colegio ya que no podían 
costearlo)

Cuando tenía 15 o 16 años el penúltimo del colegio, vino una madre, que nos pusieron de maestra de labores, se llamaba M. Elio, a esta le cogí simpatía, creo que desde el principio me comprendió, recuerdo que en la sala de labor leímos “Amaya” que nos gustó mucho y fue esto el principio de mi conversión, porque esta monja que era muy santa, me ganó la confianza y entre el final de ese curso y el año siguiente que la tuve de profesora me hizo dar un cambiazo interno grande.

Sor Caridad

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