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Autobiografía de la M. María Ángeles de Cádiz IV

Sería de 6 o 7 años cuando decía que quería ser Hermanita de los Pobres y cuando venían a casa por la limosna aunque no estuviese mi madre yo las hacía pasar y aún tengo en la imaginación, estar sola sentada en un gabinete con las HH. Y que les decía: “No voy a poder ser hermanita, aunque me gustaría,… porque no puedo aprender a hacer un lazo como el que VV. llevan” (en la toca) decían ellas que me enseñarían pero que si me atrevería a dejar a mis padres, yo les contesté “que se fuesen al asilo” y esto lo reían en casa mis padres.

Me hicieron un delantal pequeño e iba muchas veces a servir la comida o a andar por allí a la hora de comer los ancianos y como los quería tanto el día que hice la 1ª comunión me llevaron, que por cierto sólo recuerdo de ese día la pena que tuve que aún en ese día me riñó y dio pellizcos mi madre, porque me metía por los charcos y temía me manchase el vestido blanco. Tal vez tenían razón las monjas del Sgdo. Corazón que no quisieron la hiciese a los 7 años como deseaba mi madre y por eso la hice en la Iglesia de los Jesuitas de El Puerto el día de Inocentes de aquel año aprovechando unas Pascuas que fuimos a pasar con mi hermano que estaba interno en aquel Colegio.

A los Jesuitas lo debo porque ellos empujaron a mi madre y cuando volví al colegio llevaba los recordatorios y ya comulgaba todos los días. Sólo sé que preferí hacer la primera comunión en la Capilla de la Inmaculada que en el altar mayor y eso fue por la Virgen a quien siempre quise aún en los años que era peor. En vacaciones iba con mi madre a las 5 de la mañana a Misa y a comulgar porque no quería ella faltar de casa a la hora que empezaban a levantarse mi padre y hermanos.

Era también por entonces muy caprichosa para comer y me costaba varios pellizcos comer lo que no me gustaba pero mi madre no cedía porque si decía que tenía ganas de devolver mandaba traer un cubo y decía que después que devolviese seguiría comiendo; en todos estilos dí más guerra que mis hermanos y era peor, creo recordar, aunque de esto no estoy cierta, que un día que íbamos a ir al Circo, nos castigaron a no ir y dijo mi madre que si pedíamos perdón nos perdonaba, mis hermanos pidieron perdón y yo me debí quedar por no pedir perdón, que eso jamás hacía.

Poco se compone con estas cosas el celo que parecía tener por las almas porque contaba mi madre que muy pequeña tomaba el catecismo a los muchachos y en una ocasión en que oí decir que los señores eran responsables de que no fuesen a Misa los criados, se conoce que yo estuve haciendo el examen a mi madre y al llegar a casa del colegio fui derecha al lavadero (que por no dormir en casa no sabía si iba a misa) me dijo que sí, le pregunté si iba también su marido y como dijo que él no, la reñí mucho diciendo que ella era la que se iba a condenar porque no le decía a su marido que tenía obligación de ir.

Otra cosa buena recuerdo de entonces, de la que me quedó cierta conciencia  de haber obrado bien, no sé qué fechoría hice a mi hermano Rafael (de 6 años seria y yo poco más) que para vengarse cogió la única muñeca que me gustaba, que era toda de china y delante de mí la tiró con fuerza al suelo y se hizo trizas, no me enfadó, que la ira parece que nunca me tienta, pero sentí la muñeca y con todo hice un acto de resignación interna como de desprendimiento y aún tuve que consolar a mi hermano que estaba ya con más pena que yo llorando mucho. Algún buen efecto debió hacer la comunión diaria, porque sería de 9 o 10 años cuando empecé a hacer algo de oración preparándome a la comunión por esfuerzos de portarme bien y si lo conseguía pensaba con la imaginación que había en mi alma un jardín de flores y algún sitio muy acomodado para recibir al Señor y si había sido poco buena, veía aquello más pobre pero cuando era mala, pasaba gran vergüenza en la comunión porque el jardín estaba todo feo y ni tenía una silla donde se pudiera sentar el Señor.

También por entonces no sé qué pensamientos tuve que creí ser pecaminosos, no sé si lo eran, sólo sé que un día que estuve en la clase preocupada con ellos me dijo la maestra que si estaba mala chocándole estuviese tan quieta y yo pensé “más valía que estuviese mala” luego en unos ejercicios debí confesar esas cosas que muy probablemente no eran materia de pecado sino sólo que yo lo creía que eran, ni sé por qué tuve gusto en esos pensamientos, que para acabar con este asunto le diré que volví a tenerlos alguna que otra vez en la niñez y de jovencilla pero aunque los he confesado no creo son malos y aún aquí en el convento me ocurrió algo así y lo dije a otra monja que se asustó y me dijo que cuando vinieran esos pensamientos dijese “Ave María Purísima” y yo lo hacía, pero me daba una risa atroz porque me parecía descabelladísimo decir que no fuera pecado, ahora no lo recuerdo ni quiero acordarme, por si acaso, pero deben ser sólo porquerías tal vez algo peligrosas, porque ya sabe V.R. que yo no tengo experiencia, me parece de nada que sea verdaderamente contra la castidad, ni entiendo ese asunto.

En todo caso debo al P. A. Naval que desapareciesen  esos pensamientos del todo, porque esa última vez fue aquí, le llamé para contárselo porque me quedé intranquila de saber que esa monja lo daba por pecado y me dijo que en mí no lo era y que todo desaparecía, como sucedió. Este padre (que era del Corazón de María y ha muerto en olor de santidad). 

Sor Caridad

 

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