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Autobiografía de la M. María Ángeles de Cádiz II

Estuve en el Sdo. Corazón entonces medio pensionista o sea, durmiendo en casa pero luego por mi mala conducta me pusieron interna, entre todo el tiempo estuve 11 años casi con estas monjas, porque salí cumplidos los 17 y lo más del tiempo interna y aún un verano por castigo me llevaron al colegio que habían fundado en el Puerto de Santa María, donde teníamos casa y luego me dejaron allí dos años, para que se animasen otras familias, a poner allí las niñas y eran casi todas las monjas francesas, porque el gobierno francés las había expulsado y tuvieron que repartirse, en otras naciones y aún hacer fundaciones.

Al crecer me iba haciendo más terca, desobediente, contestona, decían que era insoportable y así ni en casa, ni en el Colegio me querían y hasta me lo decía mi madre, que a mis hermanos quería porque no eran como yo, además era la más fea de todos y mi  madre, me despreciaba también por eso.

Recuerdo que un día fui triste a casa, del colegio porque no me habían elegido para ser angelito de la Purísima, en unos cuadros vivos, que representaron y me dijo mi madre ¿Cómo quieres ser angelito con esa cara que tienes?

Todo esto no me entristecía por el genio abierto y alegre que se compensaba como  podía divirtiéndome y buscando otros consuelos; una cosa que me gustaba era ir a la cocina, pero como mi madre sabía que allí podía ver y oír lo que no me convenía me lo tenía prohibido, no hacía caso y al volver donde mi madre me preguntaba ¿de dónde vienes? “de la cocina” y por contestación me daba un pellizco en el brazo, esto se repetía siempre y nunca  ni en el colegio, ni en casa mentí para esconder el mal, pero ayudaba a  esta sinceridad y cinismo que tenía para todo, me acostumbré tanto a riñas, que no me hacían más impresión que oír llover y así recuerdo un caso de una monja francesa, que se deshacía después de reñirme diciendo “et la voilà tan tranquila, tan tranquila”.

A esa monja después de una filípica (riña) durante la cual me había estado fijando en unas escrófulas  de que tenía las cicatrices en el cuello y le dije después que acabó. ¿Madre, a Ud. Le han cortado la cabeza alguna vez? Con todo de pequeña aún tenía buenos sentimientos.

Recuerdo haber volcado el portamonedas a un pobre y creo que desde entonces que tendría 10 años, no volví a tener dinero, ni quererlo nunca y aunque daban a mis hermanos, a mí no.

Sor Caridad

 

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