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Afabilidad

Cuántas veces por no poseer esta virtud, puede dañar temporal o perpetuamente a una persona, una relación de grupo, una amistad, una convivencia con los que nos relacionamos a diario. Parece mentira que una mala expresión, un gesto, una palabra, una mala actitud, pueda influir para que se pierda la confianza, se ponga distancias que no facilita para una buena convivencia de unión, caridad y fraternidad entre unos y otros.

He aquí la definición de la afabilidad: La afabilidad es la virtud que nos impulsa “a poner en nuestras palabras y acciones exteriores cuanto pueda contribuir a hacer amable y placentero el trato con nuestros semejantes”. Es una virtud social por excelencia y una de las más exquisitas muestras de un espíritu cristiano, que ayuda mucho a la agradable y sana convivencia en todos los ámbitos, haciendo agradable, suave, ameno. Fácil y dulce el trato y la conversación. La afabilidad ordena las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras, contribuyendo a hacer la vida  más agradable a quienes vemos todos los días.


Una persona afable abre fácilmente a la confianza, para que quienes se acerquen a ella, encuentren respeto y acogida a su persona. En todo el Evangelio nos hace ver que  Jesús tenía este trato con todos los que se acercaban a Él: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores… 

Para la convivencia, la virtud de la afabilidad, nos hace llevar la vida más grata y amable a quienes nos rodean. Esto es una obligación -por un cierto deber natural de honestidad, a ser afables con quienes nos rodean, porque lo requiere la misma justicia del trato que merece toda persona-.

¡Qué difíciles se hacen las relaciones humanas cuando hay que aguantar o sobrellevar a una persona triste, desagradable o malhumorada! 

Esta virtud hace amable la vida cotidiana (familia, comunidades, trabajo, etc.). Es virtud opuesta,  por su misma naturaleza, al egoísmo, al gesto destemplado, al malhumor, a las faltas de educación en el trato mutuo, al desorden, a los gritos, a vivir sin tener en cuenta a quienes nos rodean; en cuanto a esto último, así sucede que pasamos de largo ante personas que aún conociéndolas e incluso vivimos con ellas, apenas les miramos el rostro y no nos damos cuenta de lo que sufren a causa de esa sutil y agotadora pena de sentirse ignoradas, ya que basta una palabra de cortesía, un gesto afectuoso para lanzar una ráfaga de aire fresco en lo cerrado de una existencia oprimida por la tristeza y por el desaliento.

Formando parte de la afabilidad se encuentra  la benignidad, en la consiste en tratar y juzgar a los demás y a sus acciones de forma benigna. 

A la afabilidad se oponen la adulación, que intenta agradar de manera desordenada para obtener alguna ventaja personal; el llamado espíritu de contradicción, que consiste en oponerse habitualmente a la opinión de los demás, con la intención de contristarles o de no complacerles; los violentos, que se irritan por cualquier motivo; los rencorosos, que conservan durante largo tiempo el recuerdo de la injuria recibida; y los obstinados, que no descansan hasta devolver mal por mal. A la afabilidad también se oponen la impaciencia y el malhumor que se demuestra cuando contrarían nuestro juicio u opinión y entonces reaccionamos con nuestras pequeña cólera. Puede ser un simple gusto, un programa, una elección en la televisión, por poner un ejemplo, pero enseguida mostramos nuestro descontento con gestos, miradas agrias o enojadas, movimientos de hombro despectivos o levantando la voz. Aquí la dulzura debería intervenir para paralizar el apetito irascible e impedir que salga afuera.

Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter:
Un día el padre del joven le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia y se violentara contra el prójimo debería clavar un clavo detrás de una puerta. El primer día el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. A medida que aprendía a controlar su temperamento y a modelar su carácter clavaba cada vez menos clavos. Después descubrió que era más fácil controlar su mal carácter que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó un día que pudo controlarse y así le informó a su padre. Su padre le sugirió entonces que retirara un clavo cada día que sintiera dominio total sobre sí. Pasados los días no quedaron más clavos en la puerta diciéndole: “Has trabajado duro hijo mío, pero mira estos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú te descontrolas contra alguien dejas cicatrices exactamente como las que ves aquí. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo en que se lo digas tal vez lo desbaratarás y la cicatriz perdurará siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Ten la imagen de esta puerta siempre presente”.

Para un verdadero cristiano esta virtud de la afabilidad, la convierte en múltiples actos en virtud de la caridad,  que a través de ésta y mediante la fe, sabe ver a los demás hijos de Dios, que merecen siempre el mayor respeto y las mejores muestras de atención y consideración.

Para terminar, quiero compartirles si me lo permiten, un chiste:
En una ocasión sube una señora mayor en un autobús, todos los asientos estaban ocupados y para su extrañeza estaban ocupados en su mayoría por hombres; después pasado un rato y viendo que nadie le cedía el asiento dijo con fuerte voz: “qué lástima que en esta ciudad ya no existan caballeros”. Ante esta expresión, se escucha la voz de uno de los pasajeros que dice: Disculpe señora, caballeros todavía existen lo que no hay son asientos desocupados”.

Sor Martha Leticia


   

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